¿Quién no tiene alguna anécdota divertida que contar a cerca de su trabajo?, a estas alturas creo que prácticamente todos tenemos historias divertidas e insólitas en las que nos hemos visto envueltos en algún momento durante la jornada laboral.
Yo atesoro varias de cada uno de los trabajos en los que he estado, por lo pronto empezaremos por el principio.
Empecé mi andadura laboral en una empresa muy famosa de comida rápida que creció como la espuma cuando se celebraron los Juegos Olímpicos del 92 en la ciudad Condal. Recuerdo muchos de las situaciones allí vividas cómo si fuera ayer, tanto los buenos como los malos momentos, porque hubo de todo y no siempre agradable la verdad. Pero hay dos cosas que las tengo bastante grabadas en mi memoria y eso que han transcurrido ya más de veinte años que se dice pronto.
En aquellos años en los que la proyección de Barcelona era lo más importante, un aluvión de turistas inundó la ciudad durante mucho tiempo, por ello las colas eran interminables y durante horas no podías moverte de la caja. Parecíamos autómatas a los que nos habían dado cuerda y nos habían colocado en las cajas para cobrar y servir sin parar. Era de locos, un trabajo totalmente esclavo e inhumano y muy mal pagado con el que perdías la noción del tiempo fácilmente y en el que hacías más horas que un reloj sin respetar los descansos que marcaba la ley. Pero todos hemos de empezar por algo ¿no? así que estas cadenas eran la manera más fácil de ahorrar y poder pagar los estudios.
Una de las anécdotas que más recuerdo es la del cuarto de las basuras, con este nombre podéis imaginaros de que va la cosa ¿no?, se trataba de una habitación de unos cuarenta metros cuadrados repleta de bolsas de basura que se habían recogido en el comedor del restaurante y que se habían ido acumulando durante el día en ese cuarto de los horrores. En algunas ocasiones tocaban el techo y obstruían el conducto que comunicaba el comedor con la estancia provocando un colapso en la sala y la correspondiente acumulación de bolsas en medio del salón dando una imagen bastante desastrosa del restaurante. Pero en horas punta nadie se encargaba de ese cuarto, así que se iban acumulando, hasta que cesaba el trabajo y algún infeliz tenia que sumergirse entre las bolsas de ketchup, coca-cola y restos de hamburguesas que se habían acumulado en las entrañas del restaurante. En varias ocasiones me tocó lidiar con bolsas repletas de restos de comida, escalando por encima de ellas e introduciendo mi pie dentro de las mismas con el gustazo de sentir aquel líquido recalentado de la famosa bebida efervescente que tantas y tantas comidas familiares había acompañado durante nuestra vida. En aquellos momentos el contacto de aquel líquido con mi piel, empapando mi calcetín sin opción a poderme cambiar, no era para nada gratificante. En muchas ocasiones perdí el equilibrio y topé de bruces contra trozos de hamburguesas o ensaladas que me saludaban desde el fondo de las bolsas. Era bastante repugnante y ordenar, limpiar y vaciar todo aquello parecía misión imposible. Por lo tanto una vez conseguida aquella hazaña, te situabas al lado de la puerta repleto de mierda de la cabeza a los pies y te sentías orgulloso de que se vieran las paredes y todo volviera a relucir...hasta que alguien desde arriba gritaba de nuevo: -¡bolsa va! y aquel mágico momento se desvanecía entre patatas fritas y nuggets de pollo. Lo mejor era cuando avisabas a los de arriba que no tiraran bolsas porque estabas desatascando el conducto y hacían caso omiso y volvían a tirar otra, sin cerrar, provocando que una lluvia de coca-cola cayera por las paredes y te empapara la cara, la gorra y la camiseta. Me entraba una mala hostia que me costaba incluso reprimir mis impulsos de coger a aquel desgraciado y hundirle la cabeza dentro de un vaso de fanta usado y chupeteado hasta que pidiera clemencia. De verdad que no podéis imaginaros como fastidia el dar una simple indicación y que se la pasen por la parte dónde amargan los pepinos mientras se ríen de ti porque te ha tocado ensuciarte.
Lo mejor de todo esto no era el salir lleno de porquería oliendo a rayos y truenos, lo mejor era que te colocaran después en caja para atender a los clientes mostrando los lamparones de coca-cola en la camiseta y trozos de lechuga o tomate por los brazos o en la gorra...vamos antihigiénico total, pero cómo había trabajo no podías siquiera ducharte y cambiarte...a día de hoy esto no me pasa, pero cuando eres joven y sin experiencia, te tratan como quieren, una pena.
Otra de las anécdotas que recuerdo y que a día de hoy aún me provoca risa, es muy escatológica y siento en el alma que tuviera que ser mi compañera quién entrara en aquel baño a limpiar aquella barbaridad proveniente de algún intestino humano...o no...aquel día si que lo recuerdo muy bien porque fue muy largo y duro. Me tocó trabajar varias horas en sala y me consoló el compartir aquella jornada con una compañera, cuyo nombre ya ni recuerdo, con la que por aquel entonces compartía una muy buena amistad.
La verdad es que limpiar los baños es lo más ingrato que hay en este mundo y siento gran respeto y admiración por todas aquellas personas que trabajan en el sector de la limpieza. Considero que es el trabajo más menospreciado e infravalorado que existe en este planeta.
Una vez dicho esto os comento que aquel día algún degenerado había ido al baño masculino y había querido hacer la gracia, por catalogarlo de alguna manera, ensuciando de excrementos las paredes, la pica, la puerta, etcétera, etcétera. Cómo podréis comprender ni por muy alto que sea el sueldo, que no lo era, podía pagar el entrar allí y limpiar todo aquello. Hacía falta valor, coraje y un equipo de buzo si se quería salir vivo de aquel retrete. Pues mi compañera y una servidora nos encontramos en la tesitura de quién iba a ser la valiente que limpiara aquel baño. Muy a mi pesar y nada más abrir la puerta y ver aquel espectáculo de deposiciones colocadas estratégicamente por todos los rincones del lavabo me di media vuelta y entre arcadas le dije a mi compañera que no tenía pelotas de hacerlo. Así que aquella pequeña mujer se colocó los guantes de fregar, llenó el cubo de agua y lejía, se cargo la fregona y se aventuró en aquel excusado al que más bien habría que haberle prendido fuego directamente. Y yo entre arcadas y risas nerviosas me dediqué a limpiar la sala y esperé hasta que aquella valiente mujer a la que tendríamos que haberle hecho un altar en medio del salón saliera invicta de aquel baño.
Nunca podré olvidar su cara de desaprobación, odio y asco hacía el mundo en general, la entendí muy bien porque cuando trabajas en estos sitios te das cuenta de la bajeza del ser humano. Ya que muchas veces estos actos vandálicos, asquerosos y repugnantes se producen sólo para molestar y reírse con sus amigotes, lo que ya da muestras de su alta capacidad intelectual.
Con el tiempo te queda un recuerdo divertido, curioso y a veces incluso amargo de las muchas cosas que viviste allí pero que te ayudaron a ser la persona que eres ahora.
Todos/as los que hayáis trabajado en restaurantes de comida rápida, sabréis a que me refiero.
Así que por lo pronto esta es la primera parte de anécdotas en el trabajo, un poco más en el próximo post...no os lo perdáis.
Gubi's place.
Una vez dicho esto os comento que aquel día algún degenerado había ido al baño masculino y había querido hacer la gracia, por catalogarlo de alguna manera, ensuciando de excrementos las paredes, la pica, la puerta, etcétera, etcétera. Cómo podréis comprender ni por muy alto que sea el sueldo, que no lo era, podía pagar el entrar allí y limpiar todo aquello. Hacía falta valor, coraje y un equipo de buzo si se quería salir vivo de aquel retrete. Pues mi compañera y una servidora nos encontramos en la tesitura de quién iba a ser la valiente que limpiara aquel baño. Muy a mi pesar y nada más abrir la puerta y ver aquel espectáculo de deposiciones colocadas estratégicamente por todos los rincones del lavabo me di media vuelta y entre arcadas le dije a mi compañera que no tenía pelotas de hacerlo. Así que aquella pequeña mujer se colocó los guantes de fregar, llenó el cubo de agua y lejía, se cargo la fregona y se aventuró en aquel excusado al que más bien habría que haberle prendido fuego directamente. Y yo entre arcadas y risas nerviosas me dediqué a limpiar la sala y esperé hasta que aquella valiente mujer a la que tendríamos que haberle hecho un altar en medio del salón saliera invicta de aquel baño.
Nunca podré olvidar su cara de desaprobación, odio y asco hacía el mundo en general, la entendí muy bien porque cuando trabajas en estos sitios te das cuenta de la bajeza del ser humano. Ya que muchas veces estos actos vandálicos, asquerosos y repugnantes se producen sólo para molestar y reírse con sus amigotes, lo que ya da muestras de su alta capacidad intelectual.
Con el tiempo te queda un recuerdo divertido, curioso y a veces incluso amargo de las muchas cosas que viviste allí pero que te ayudaron a ser la persona que eres ahora.
Todos/as los que hayáis trabajado en restaurantes de comida rápida, sabréis a que me refiero.
Así que por lo pronto esta es la primera parte de anécdotas en el trabajo, un poco más en el próximo post...no os lo perdáis.
Gubi's place.
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