domingo, 16 de octubre de 2016

Anécdotas en el trabajo...segunda parte...



Hace unos días escribí a cerca de aquellas situaciones que todos/as vivimos y sufrimos en el trabajo, aquel lugar dónde lamentablemente algunos/as hemos pasado más horas que en nuestra propia casa.
Cómo mi experiencia laboral es amplia y variada, en veintidós años he tenido tiempo de trabajar en varios sectores en los que he visto y he vivido de todo, os lo aseguro.
Recuerdo que hace tiempo trabajé para una firma de ropa interior de éxito que es frecuentada por muchas mujeres y chicas jóvenes. Por aquel entonces la empresa lanzó una colección de ropa casual que se ha mantenido hasta hoy debido a su buena acogida. La verdad es que fueron unos meses divertidos en los que me tocó trabajar en un sector en el que jamás había trabajado y lo pasé bien porque además coincidí una temporada con mi hermana mediana. 
Pero no todo fueron risas y buen rollo también hubieron momentos tensos, sobre todo cuando robaban en la tienda, cosa que se producía prácticamente cada semana. Por aquel entonces yo me encargaba del almacén y también atendía en la caja y colocaba las prendas de ropa y aunque no entraba en mis funciones, me dejé llevar y empecé a vigilar todos los movimientos de las personas que entraban y salían, parecía el guardia de seguridad de la tienda y debo confesar que gracias a ello pudimos atrapar con las manos en la masa a más de uno/a. Mi jefa no daba crédito y cuando me veía aparecer por la tienda ya se reía porque sabía que en el momento en el que me pusiera la ropa de la empresa me convertiría en una especie de inspector con rayos x en los ojos, capaz de ver incluso a través de las paredes.
Cabe destacar que los robos no eran nada discretos, hubieron personas a las que se les pilló con los percheros de la ropa saliendo por la puerta, ver para creer. Además cómo las prendas por aquel entonces no llevaba alarmas podéis imaginar que para un ladrón aquel lugar era un paraíso.
Otra zona peculiar era el almacén, un espacio enorme que parecía una nave industrial, con varias salas repletas de estanterías que llegaban hasta el techo por las que había que escalar, literalmente, para poder alcanzar las prendas que se encontraban en la parte superior de las mismas. Estanterías más inestables que el ánimo de un adolescente por lo que las probabilidades de romperse la crisma eran bastante elevadas, todo se ha de decir. Pero lo más divertido era ver a alguna compañera encaramada en lo alto de una estantería con una pierna en un lado y la otro en el otro, prácticamente haciendo un espagat, que mediante equilibrios inhumanos colocaba la ropa o buscaba alguna talla arriesgándose a partirse en dos. Yo también tuve que encaramarme y escalar por aquellos estantes en varias ocasiones, parecía un mono en medio de una jungla de bolsas, pijamas, ropa interior y calcetines.
Estoy completamente segura que si hubiese venido algún inspector de riesgos laborales, se le cae el pelo a la empresa porque aquello no tenía nombre. Tampoco teníamos si quiera vestuario, nos cambiábamos en las entrañas de la tienda, en una sala enorme repleta de trastos y ropa, dotada de un minúsculo lavabo y fría como un iglú. Así que permanecer allí mucho tiempo no era demasiado aconsejable.
Otro de los detalles a tener en cuenta que a día de hoy se repite una y otra vez en las tiendas de ropa, eran las rebajas, las santas rebajas, todo se ha de decir. Una vez cumplías tu horario cerrabas las puertas y se contaba prenda por prenda, cambiando los precios y enganchando las nuevas etiquetas. Un trabajo de chinos que los clientes no valoran y que no se comprende hasta que no se ha vivido en primera persona. Esta hazaña nos llevaba casi toda la noche, así que se cenaba en la tienda, se ponía música y se procuraba pasarlo lo mejor posible a pesar del cansancio y del handicup de volver a empezar desde cero si alguien se equivocaba, por ello había que estar bastante concentrado mientras se etiquetaban las prendas.
Quizá es por ello que a día de hoy, cuando entro en alguna tienda y miro alguna prenda intento colocarla como estaba porque se que es una tocada de narices tremenda que al final del día de la sensación que una manada de elefantes ha pasado por la tienda, arrollando todo a su paso. Lo sé por experiencia porque no hay nada más ingrato que encontrar prendas rotas y sucias porque los clientes no tienen ningún tipo de consideración ni respeto por las personas que allí trabajan, ya que no son nuestros criados y no están allí sólo para doblar la ropa que muchos desaprensivos dejan de cualquier manera en los estantes.




Gubi's place.

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