lunes, 2 de mayo de 2016

Nuestras mascotas, mucho más que simples animales de compañía.










Hoy me apetece hacer un homenaje a dos hermosos seres que aparecieron en mi vida y me acompañaron durante un largo y arduo trayecto de la misma. Lamentablemente ya no están conmigo, sin embargo sigo sintiendo su presencia muy cerca de mí.
La primera es Inca, murió hace seis años, pero nunca he dejado de extrañar a este animal que se convirtió en mi amiga y hermana. Era muy bonita, llena de pelo...recordaba a Fújur, el dragón blanco de la película, La historia interminable.
 Mi madre se la encontró delante de la puerta del veterinario, atada, llena de pulgas y con un líquido lila que le recubría el cuerpo. Al poco tiempo supimos que un cazador desaprensivo la había dejado allí para no pagar sus cuidados con la intención de que un alma caritativa se hiciera cargo de ella. Creo que no pudo caer en mejores manos, ese mismo día la llevamos a casa y nos obsequió con su alegría y bondad durante casi dieciocho años, que no es moco de pavo.
Muchas personas se paraban a acariciarla porque llamaba la atención. Fue una perra muy lista, le gustaba correr tras las palomas aún sabiendo que jamás las atraparía y cuando íbamos al campo se perdía y me hacía esperarla en una piedra hasta que ella ponía punto y final al paseo. Si no quería que mi padre le cogiera en brazos se hacía la muerta...además de forma literal, tal y como os lo cuento. Que tía más lista. 
Vivió muchos años y los vivió bien, murió de vieja y ya nada pudimos hacer, exhaló su último aliento en casa, dónde merecía estar. Me guardé un mechón de pelo que aún conservo y que colocaré en un guardapelo para llevarlo conmigo. Creo que es la mejor manera de llevarla cerca de mi corazón.
La segunda es Lua, murió hace menos de un mes y aún no nos hacemos a la idea. Era un trasto, no paraba quieta, cuando la sacábamos a pasear pretendía coger el ritmo de Inca sin demasiado éxito ya que a los pocos minutos desistía. 
Lua era una bola peluda, teníamos que cortarle el pelo bastante a menudo porque sino le crecía tanto que parecía un rastafari, que pasada. Cuando quería pedir algo, se apoyaba en nuestras sillas y nos daba con las patas en el brazo mientras emitía una especie de bufido muy gracioso.
Lua también había sido abandonada, recuerdo cuando fui con mi madre a rescatarla, no paraba de correr y saltar. Ese mismo día ya estaba en casa estrechando lazos con su nueva amiga y hermana Inca. Siempre se llevaron muy bien, alguna pelea hubo, pero nada serio.
Ambas perras vivieron felices en un hogar donde se las respeto y se las trato como a uno más de la familia. 
Lua era nerviosa de narices, pasarle el cepillo o limpiarle los ojos era una tarea que exigía de una titulación especial porque no se estaba quieta de ninguna manera. La verdad es que colaboraba poco en ese aspecto. Sin embargo siempre quería jugar, te traía la pelota y se la tenías que tirar una y otra vez hasta que se agotaba y se tumbaba. También le gustaba correr de un lado a otro de la casa, menudas carreras se pegaba, parecía Carl Lewis. 
Sin embargo Inca era muy tranquila, jugaba menos aunque de vez en cuando le daba por coger una trenza de tela y estar un buen rato con ella zarandeándola de un lado a otro.
Lua tuvo que ser sacrificada, no tuvimos elección, el cáncer estaba acabando con ella...nos costó casi dos meses decidirnos, para entonces el perro ya estaba en un estado muy delicado y no queríamos que sufriera. Además recordar a un ser tan vital así, no es digno para nadie.
Cuando llegué al veterinario y me planté en la puerta, sentí las sensaciones de mi perra, creo que en aquel instante Lua tuvo un momento de lucidez, a pesar de su demencia y así me lo transmitió. Le acompañé hasta el final, no estuvo sola y no sufrió, puedo dar fe de ello. Murió en mis brazos, se apagó lentamente y murió en paz.
Es una sensación muy extraña cuando sostienes a un ser vivo al que le quedan pocos minutos de vida. La línea que separa la vida de la muerte es muy fina...más de lo que creemos.
También he guardado un mechón de su pelo y lo llevaré junto con el de Inca. Así mis dos hermanas pequeñas siempre estarán conmigo.
Me emociono al escribir estar líneas, intento no llorar pero las lágrimas se deslizan por mis mejillas.

No obstante estoy feliz, por haber recibido tanto cariño y amistad de forma tan altruista y verdadera. Tener animales en casa es fantástico, te dan todo y piden muy poco. Creo que las personas que convivimos con animales, tenemos un contacto especial con la naturaleza, al menos en mi caso es así.
Algún día volveré a reunirme con ellas, estoy segura.










Gubi's place.

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