miércoles, 20 de julio de 2016

Ser víctima de un atraco en tu puesto de trabajo.




Verse en medio de un atraco no es nada agradable, pero lo es aún mucho menos cuando te atracan en tu propio puesto de trabajo porque la sensación de impotencia y de miedo es aún mayor.
A mí me ocurrió hace unos años ya, cuando trabajaba en una cadena de comida rápida y me afectó psicológicamente durante bastante tiempo después. Tanto que iba por la calle acojonada, para que nos entendamos todos, mirando a todas partes temiendo que en algún momento alguien se acercara con malas intenciones. Poco a poco lo superé pero desde entonces vigilo mucho más dónde voy y a todas las personas que me rodean, necesito que respeten mi espacio vital sino me incomoda bastante. 
Recuerdo aquel día como si fuera ayer, hay que ver como es la mente humana para estas cosas, capaz de revivir momentos con todo lujo de detalles. Habíamos acabado la jornada laboral y quedábamos cuatros personas dentro del establecimiento, yo me encontraba en la puerta charlando con un compañero cuando de repente dos individuos doblaron la esquina y se dirigieron con paso firme hasta nosotros. Noté cómo el cañón de un arma era apoyado con dureza en mi espalda y me obligaba a entrar en el establecimiento a empujones. Nos indicaron que nos dirigiéramos hasta la trastienda y por el camino nos encontramos a un compañero que bajaba tranquilamente por las escaleras y que se quedó blanco al vernos a nosotros con los brazos levantados por tener una escopeta recortada apuntándonos y a dos tipos detrás con pasamontañas que le obligaron a unirse a nosotros y a entrar en el despacho del jefe. Una vez allí dentro de aquel pequeño habitáculo, nos solicitaron el dinero pero ninguno de nosotros sabía dónde estaba y eso les enfureció. Así que mientras alzaban la voz, nuestro jefe bajaba también la escalera y se encontró con el tomate ya que había estado en el almacén y no se había enterado de nada hasta que empezó a descender. 
No soy nadie para hablar mal de los demás, pero un hecho que me pareció de lo más curioso y un poco patético también, fue que nuestro jefe que siempre alardeaba de machito ibérico, dando gritos y mostrando su hombría por la tienda, se vino abajo y se puso a llorar...aún lo tengo en la mente y no doy crédito. Aquel armario empotrado que media alrededor de un metro ochenta se puso a llorar como una niña desvalida y tuvimos que ser los otros tres los que le arropáramos porque le había dado un ataque. Desde aquel día ya no volví a verle de la misma forma, de hecho creo que por mi parte el mito de macho men, se derrumbó como un castillo de naipes. 
Así que después de presenciar aquel penoso espectáculo protagonizado por mi jefe,  nos quitaron las bolsas, mochilas, teléfonos y demás y nos hicieron subir hasta la primera planta dónde estaban los vestuarios. Nos hicieron entrar y nos dejaron allí con la puerta cerrada y la luz apagada advirtiéndonos de que no hiciéramos ningún movimiento en falso, que sólo querían el dinero y que la cosa no iba con nosotros.
Tras oír como bajaban la persiana metálica de la tienda, esperamos varios minutos, que a mi me parecieron una eternidad y decidimos abrir la puerta del vestuario y bajar para llamar a la policía. Cogimos los colgadores de madera para usarlos como armas... y uno detrás de otro bajamos lentamente por las escaleras hasta llegar al despacho, dónde aparentemente todo estaba normal, tan sólo se habían llevado la pequeña caja fuerte con la recaudación del día.
Recuerdo vagamente a aquellos dos tipos, tenían acento argentino, el que sujetaba el arma era alto y delgado, se había cubierto la cabeza con un pasamontañas y me llamó la atención de que llevaba una prótesis en el lado izquierdo. El otro tipo era más calmado, en todo momento nos indicó que no nos iban a hacer nada, no llevaba pasamontañas, sólo una gorra y recuerdo que no era una persona muy joven. Sería incapaz de reconocerlos si los volviera a ver y casi que lo prefiero francamente.
Aquel no fue el único atraco que sufrimos, hubieron muchos más, de hecho en aquellos años se había puesto de moda atracar este tipo de establecimientos por su facilidad de acceso al dinero. 
En otra ocasión entraron dos chicos jóvenes y uno de ellos me apuntó con una pistola en el pecho pidiéndome a gritos el dinero, no tuve tiempo ni de reaccionar, todo ocurrió muy deprisa, lo único que pude hacer fue llamar al jefe, que por aquel entonces era otro con mucha más templanza y madurez y que supo controlar la situación para que nadie saliera herido y así fue. Se les dio el dinero de la recaudación y huyeron corriendo. 
Aquella vez no me afectó tanto como la primera aunque si que me dio un pequeño bajón minutos después. Aquel día en la tienda éramos más de cuatro y con más o menos susto en el cuerpo, todos supieron mantener la calma y no tuvimos que lamentar daños personales ni materiales.
Pero es curioso cómo tu vida puede cambiar en cuestión de minutos, de estar tranquilo charlando con tus compañeros y de repente romper esa calma un desalmado que se cree más valiente que nadie porque empuña un arma. No te la puedes jugar, a pesar de todo debes mantener la calma y la compostura aunque quepa la posibilidad de que la pistola sea de mentira...pero ¿quién es el valiente que lo comprueba?.




Gubi's place.



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