Una vez más vamos a hablar de anécdotas en el trabajo, pero esta vez no son tan divertidas...pero yo voy a explicaros la parte graciosa de esto, porque siempre hay un punto cómico en todo, aunque no lo creáis. Esta anécdota ya la expliqué hace tiempo, pero esta vez voy a detallarla mucho más y añadiré una segunda parte que en su momento no narré.
Hace ya varios años, trabajé en Telepizza, no me gusta hacer propaganda pero esta vez lo voy a hacer, porque a pesar de sufrir in situ varios atracos, fue la mejor época de mi vida, sin lugar a dudas. Y la llevaré siempre en mi corazón.
Trabajé durante casi dos años, mientras estudiaba y conocí a muchas personas con las que compartí momentos muy especiales...el primer amor de verdad, las primeras vacaciones con amigos, momentos entrañables sin duda. La única pega era que, por aquel entonces se sucedieron una serie de robos en nuestro restaurante porque acceder a la caja registradora y posteriormente a la caja fuerte del local era muy sencillo y las medidas de seguridad, totalmente inexistentes.
Nos atracaron en varias ocasiones y yo tuve la mala suerte de sufrir dos de los muchos asaltos a los que nos sometieron. Los recuerdo como si fuera ayer y eso que han transcurrido muchos años ya. El primero de ellos fue en el momento de cerrar el local, recuerdo que estaba en la puerta charlando con un compañero cuando de repente aparecieron por la esquina dos tipos, uno alto y delgado cubierto con un pasamontañas y otro más bajito que llevaba puesta una gorra. Se dirigieron con paso firme hacía dónde estábamos situados y el más alto me colocó en mi espalda una escopeta recortada y de mala gana nos indicó que entráramos en el local mientras cerraba la persiana, con un fuerte golpe, tras nosotros. Fueron momentos muy tensos, aún los conservo en mi memoria. El más alto, llevaba una prótesis en la mano que sujetaba la escopeta y mostraba nerviosismo, mientras que el bajito con acento argentino era más amable y en todo momento procuró calmar los nervios e indicarnos que el motivo de su atraco era el dinero, no nosotros. Sin embargo ninguno de nosotros cuatro ocultó su temor al verse en aquella situación. Lo que más me sorprendió fue la reacción del que por aquel entonces era nuestro encargado, un tipo grande y corpulento, que parecía un portero de discoteca y que en vez de sacar pecho y mostrar madurez para afrontar aquella tesitura, se vino abajo hasta situarse a la altura de un champiñón...lamentable imagen, os lo aseguro, en cuestión de segundos se me cayó el mito, una pena.
Tras el susto inicial nos encerraron en los vestuarios del piso superior y nos indicaron que no saliéramos hasta oír de nuevo la persiana, evidentemente que ninguno de nosotros nos movimos de allí hasta pasados unos minutos. Recuerdo que bajamos uno a uno con los percheros de madera en la mano, no sé para qué, pero el mero hecho de llevarlos nos hizo sentir fuertes y valientes para golpear a quién fuera...si nos llegan a grabar creo que a día de hoy aún me estaría riendo porque aquello debió ser una de las imágenes más patéticas que un ser humano podía protagonizar en su vida.
Gracias a Dios que no pasó nada grave y que sólo fue un susto, pero durante mucho tiempo me condicionó mi vida y salir a la calle no era tarea sencilla puesto que desconfiaba de todo el mundo y si alguien se acercaba más de la cuenta sin respetar mi espacio vital, me provocaba angustia.
El segundo robo fue un poco más light, no por ello menos importante, en esta ocasión eramos muchos los que estábamos en la tienda y sin embargo todos nos asustamos cuando dos chicos entraron dando gritos y uno de ellos, a punta de pistola, amenazó a la chica de caja mientras que el segundo se dirigió al despacho del jefe dónde casualmente me encontraba yo. No tuve tiempo de reaccionar ni de salir, me topé con aquel chico que llevaba un pasamontañas y me colocó una pistola en el pecho exigiéndome la recaudación del día. Recuerdo que me asusté muchísimo, porque tener un arma tan cerca, impresiona una barbaridad. El arma podía ser de mentira evidentemente, porque por aquel entonces se habían producido muchos asaltos con armas de juguete, pero en aquella situación de tensión, no me iba a poner a comprobarlo. Así que llamé a mi jefe porque desconocía dónde estaba la caja y enseguida vino a ayudarme y a calmar la situación. Que diferencia y que temple entre uno y otro, la noche y el día.
Aquel atraco lo recordamos tiempo después entre risas, puesto que una de nuestras compañeras, con una minusvalía psíquica, del susto no paró de repetir: - yo estaba en el horno, yo estaba en el horno- y sin menospreciar a esta muchacha ni reírnos de ella, a aquel robo le pusimos de nombre, yo estaba en el horno, y confieso que nos reíamos mucho cada vez que hablábamos de ello.
Y después de soltar esta parrafada, os preguntaréis porque he vuelto a explicarlo un poco más detallado ¿no?, pues porque años después se dio la casualidad que en el autobús de vuelta a casa tras la jornada laboral, comentábamos una mujer, el conductor y una servidora, anécdotas que nos habían ocurrido en nuestros puestos de trabajo y yo expliqué la del primer robo. Pero sin motivo aparente en vez de indicar que me atracaron con una pistola recortada, tuve la brillante idea de decir que usaron un bazooka, sí así como lo leéis. Y me quedé más ancha que Castilla, reafirmando que así fue frente a las caras de estupor del conductor y la mujer, que con un hilo de voz me preguntó: -¿dónde demonios has trabajado para que te hayan atracado con un bazooka?. Y yo que aún no me había dado cuenta de la barbaridad que acababa de decir, le contesté tranquilamente: -en el Telepizza- respuesta que no hizo más que aumentar el asombro y desconcierto de aquellas dos personas. Recuerdo que les mire con cara de incredulidad mientras pensaba para mí que aquello era lo más normal del mundo. Así que me despedí y me dirigí a casa. Cuando en la cena expliqué la anécdota y les dije a mis padres que les había indicado a aquellas dos personas que me habían atracado usando un bazooka, se quedaron callados por unos momentos y me dijeron: -pero...Ale...¿qué dices?, fue en ese momento cuando me di cuenta de la cagada y me puse a reír a carcajada limpia con la familia.
A día de hoy, aún me hace gracia y ahora que lo escribo me estoy riendo porque no lo puedo evitar. Desconcerté a dos personas que debieron pensar que había trabajado en un barrio súper peligroso dónde el uso de estas armas era de lo más normal.
Gubi's place.
Tras el susto inicial nos encerraron en los vestuarios del piso superior y nos indicaron que no saliéramos hasta oír de nuevo la persiana, evidentemente que ninguno de nosotros nos movimos de allí hasta pasados unos minutos. Recuerdo que bajamos uno a uno con los percheros de madera en la mano, no sé para qué, pero el mero hecho de llevarlos nos hizo sentir fuertes y valientes para golpear a quién fuera...si nos llegan a grabar creo que a día de hoy aún me estaría riendo porque aquello debió ser una de las imágenes más patéticas que un ser humano podía protagonizar en su vida.
Gracias a Dios que no pasó nada grave y que sólo fue un susto, pero durante mucho tiempo me condicionó mi vida y salir a la calle no era tarea sencilla puesto que desconfiaba de todo el mundo y si alguien se acercaba más de la cuenta sin respetar mi espacio vital, me provocaba angustia.
El segundo robo fue un poco más light, no por ello menos importante, en esta ocasión eramos muchos los que estábamos en la tienda y sin embargo todos nos asustamos cuando dos chicos entraron dando gritos y uno de ellos, a punta de pistola, amenazó a la chica de caja mientras que el segundo se dirigió al despacho del jefe dónde casualmente me encontraba yo. No tuve tiempo de reaccionar ni de salir, me topé con aquel chico que llevaba un pasamontañas y me colocó una pistola en el pecho exigiéndome la recaudación del día. Recuerdo que me asusté muchísimo, porque tener un arma tan cerca, impresiona una barbaridad. El arma podía ser de mentira evidentemente, porque por aquel entonces se habían producido muchos asaltos con armas de juguete, pero en aquella situación de tensión, no me iba a poner a comprobarlo. Así que llamé a mi jefe porque desconocía dónde estaba la caja y enseguida vino a ayudarme y a calmar la situación. Que diferencia y que temple entre uno y otro, la noche y el día.
Aquel atraco lo recordamos tiempo después entre risas, puesto que una de nuestras compañeras, con una minusvalía psíquica, del susto no paró de repetir: - yo estaba en el horno, yo estaba en el horno- y sin menospreciar a esta muchacha ni reírnos de ella, a aquel robo le pusimos de nombre, yo estaba en el horno, y confieso que nos reíamos mucho cada vez que hablábamos de ello.
Y después de soltar esta parrafada, os preguntaréis porque he vuelto a explicarlo un poco más detallado ¿no?, pues porque años después se dio la casualidad que en el autobús de vuelta a casa tras la jornada laboral, comentábamos una mujer, el conductor y una servidora, anécdotas que nos habían ocurrido en nuestros puestos de trabajo y yo expliqué la del primer robo. Pero sin motivo aparente en vez de indicar que me atracaron con una pistola recortada, tuve la brillante idea de decir que usaron un bazooka, sí así como lo leéis. Y me quedé más ancha que Castilla, reafirmando que así fue frente a las caras de estupor del conductor y la mujer, que con un hilo de voz me preguntó: -¿dónde demonios has trabajado para que te hayan atracado con un bazooka?. Y yo que aún no me había dado cuenta de la barbaridad que acababa de decir, le contesté tranquilamente: -en el Telepizza- respuesta que no hizo más que aumentar el asombro y desconcierto de aquellas dos personas. Recuerdo que les mire con cara de incredulidad mientras pensaba para mí que aquello era lo más normal del mundo. Así que me despedí y me dirigí a casa. Cuando en la cena expliqué la anécdota y les dije a mis padres que les había indicado a aquellas dos personas que me habían atracado usando un bazooka, se quedaron callados por unos momentos y me dijeron: -pero...Ale...¿qué dices?, fue en ese momento cuando me di cuenta de la cagada y me puse a reír a carcajada limpia con la familia.
A día de hoy, aún me hace gracia y ahora que lo escribo me estoy riendo porque no lo puedo evitar. Desconcerté a dos personas que debieron pensar que había trabajado en un barrio súper peligroso dónde el uso de estas armas era de lo más normal.
Gubi's place.
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